Todo se esconde tras una máscara. En las películas de Fritz Lang (1890-1976) el mundo es una mascarada. Desde sus primeros filmes, este baile de todos los signos y posiciones encuentra en la escultura un lugar que permite conectar el sentido de toda imagen. Conformando, pues, el espacio visual y conceptual al tiempo, la escultura en el cine de Lang refleja a menudo una situación tensa y fracturada. La estatua, inyectada de esta mirada partida, juega, por un lado, con el paradigma de la inmovilidad: metáfora de la parálisis y del trabajo de la muerte. El hieratismo de los gestos y los movimientos en el cine de Lang nos permite también visualizar lo que de geométrico tenga la realidad; una realidad desencarnada, seca, privada de sustancia vital. Un mundo sin aire en que todo parece fijado desde siempre. Lang se ha dicho a menudo es el cineasta del Destino. Pero, a la vez, la estatua también pasa por imitar la vida y el movimiento hasta el punto de producir equívocos, efectos de ilusión. Las criaturas de Lang oscilan entre la rigidez desconcertante y la agitación deambulante. La presencia estatuaria evoca, pues, la contradicción característica del imaginario languiano. El poder de la escritura en Lang deriva, por lo demás, de factores muy diversos: fascinación por las máscaras y la idolatría, primitivismo, exostismo y terror, afición por las maquinarias, los autómatas y los muñecos, por los dobles, los dioses, los héroes y los monstruos, por los mitos y su relación con los hombres. Todo ello define el universo languiano. Allí, el objeto escultórico ocupa un lugar central, hasta el punto de configurar una condensación ejemplar del destino, la muerte o el poder supremo.
La escultura en Fritz Lang
MAIA Ediciones
VV. AA. (Luciano Berriatúa, Jure Mikuz, Jaime Pena, Alberto Ruiz de Samaniego, Vicente Sánchez-Biosca)