La guerra es la salud del Estado. Pone en marcha automáticamente, en el conjunto de la sociedad, esas fuerzas irresistibles a favor de la uniformidad, de la cooperación apasionada con el gobierno, para obligar a obedecer a los grupos minoritarios y a los individuos que carecen del sentido general del rebaño. La maquinaria del gobierno establece y hace cumplir la severidad de las penas; las minorías son silenciadas mediante la intimidación o se las hace entrar lentamente en razón mediante un sutil mecanismo de persuasión que acaba por convencerlas de que se han convertido por voluntad propia.
Bourne fue la figura mítica de mi generación. Sus escritos eran periodismo de primera calidad, y su talento estaba madurando en el momento de su muerte. Para todos nosotros, Bourne fue imprescindible.
—LEWIS MUMFORD
Bourne, en unos ensayos de extraordinaria lucidez, difundió su mensaje subversivo de que «la guerra es la salud del Estado», y advirtió contra los intelectuales que afirman que nuestra guerra es intachable y que lo que persigue con pasión es el bien.
—NOAM CHOMSKY
Bourne, junto a algunos de sus contemporáneos más célebres como Bertrand Russell, encarnó el legado de la Ilustración: librepensadores e intransigentes defensores de la libertad de opinión («en tiempos de fe», escribió Bourne, «el escepticismo es el más intolerable de los insultos»), pacifistas y antiimperialistas en política exterior, y defensores de una forma democrática pero radical de socialismo en política interior.
—JEAN BRICMONT
Randolph Bourne fue el héroe intelectual de la primera guerra mundial.
—DWIGHT MACDONALD
El pensamiento heterodoxo socialista y pacifista de Randolph Bourne, Bertrand Russell, Jean Jaurès, Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht fue en cierto modo derrotado en la Primera Guerra Mundial, pero el fantasma de Bourne vuelve a nosotros eternamente para inspirar nuestro presente.
—JEAN BRICMONT
En 1918, cuando casi todos los progresistas americanos apoyaban la guerra y la participación en ella de su país, un joven intelectual escribía un lúcido ensayo antibelicista: según él, la guerra revelaba el verdadero rostro del Estado, que se servía de ella para extender su dominio en el extranjero y aplastar toda disidencia interna con leyes de excepción. Allí figura el aforismo que le hizo célebre: La guerra es la salud del Estado.
Randolph Bourne (1886-1918) mostró desde joven un talento precoz para la escritura, colaborando con medios progresistas como The Atlantic Monthly o The New Republic. Pero simpatizaba cada vez más con la causa de los trabajadores, identificándose con los explotados y oprimidos por experiencia directa derivada de su discapacidad física (era un jorobado de 1,50 m con el rostro deforme) y su precariedad laboral. Desde 1914, su inflexible postura antibelicista lo enfrentó a casi toda la izquierda americana, que lo marginó y expulsó de sus medios.
En los textos que presentamos aquí, «La guerra y los intelectuales» y «El Estado», Bourne ejecuta un análisis mordaz de cómo el intelectual progresista americano, aliándose con las fuerzas más reaccionarias, abandona su pacifismo e internacionalismo por una guerra «en pos de la democracia», y muestra al Estado en tanto que maquinaria para borrar toda disidencia e imponer un pensamiento único.
La guerra es la salud del Estado
Randolph Bourne
- Ediciones El Salmón