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El romanticismo fue mucho más que un movimiento artístico: fue una revolución espiritual en toda regla, un fenómeno cultural poliédrico como pocos, tan diverso y contradictorio en su amplísima panoplia de manifestaciones que cada tentativa de definición corre el riesgo de omitir alguna de sus facetas, algún elemento clave. Su naturaleza proteica es tal que en su seno acoge a exponentes de muy variada condición: realistas y utopistas, melancólicos y vitalistas, activistas y contemplativos, místicos y hedonistas, nacionalistas y cosmopolitas, individualistas y comunitarios, radicales y conservadores, etc. Más allá del desconcierto que suele provocar tanta ambigüedad –tanta paradojal disonancia-, suele aceptarse que el romanticismo es una entidad histórico-cultural muy real, no el fruto de un malentendido ni una fantasmagoría carente de rigor conceptual sino un fenómeno consistente y acotado, intelectualmente aprehensible desde el instante en que se reconoce, tras su apariencia multifacética, una comunidad de sentimiento y un mínimo común ideológico constitutivos de una genuina visión de mundo, generalmente esbozada en una relación de características distintivas. Entre estas se mencionan con frecuencia la reprobación del presente y el extrañamiento de la realidad; la celebración de la naturaleza y la denuncia de la alienación humana, surgida de la disolución de los valores tradicionales y de la mecanización o cosificación de las relaciones sociales; la nostalgia de una edad de oro desaparecida; el desencanto del mundo y el ansia de recomponer la perdida armonía con el cosmos, etc.: en conjunto, distintas maneras de aludir a aquello que el estudioso de la literatura Erich Auerbach identificó como el típico modo de ser romántico, signado por el desacomodo en el mundo dado y la incapacidad de incorporarse a él. Sea que este desacomodo inspire una furibunda rebeldía o bien una renuncia al mundo y un replegarse en la propia interioridad, lo que en resumidas cuentas asoma como el meollo del romanticismo es el posicionarse a contracorriente de la realidad en curso, tal como esta se ha conformado desde que se impusiera el tránsito a la modernidad. En su estudio sobre el fenómeno en cuestión, Michael Löwy y Robert Sayre, sociólogo y experto en literatura anglófona respectivamente, ponen nombre y apellido a la realidad que suscita el terminante rechazo de los románticos, la que por oposición les confiere un sentido de parentesco espiritual que trasciende a sus muchas diferencias, unificándolos: ni más ni menos que la civilización nacida de la revolución industrial y la economía capitalista.

Rebelión y melancolía: el romanticismo como contracorriente de la modernidad

SKU: 978-9506025779
₡10,890.00Precio
Agotado
  • Nueva Visión

  • Michael Löwy & Robert Sayre

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